martes, 5 de febrero de 2013

LA OSTRA Y SU PERLA


En algún momento de nuestra vida llega la hora de preguntarnos de dónde venimos. Y nuestros padres o mayores asustados y con una sonrisa nos explican como y porque de la semilla. Siempre esperando que no volvamos a preguntar.
Pero también en algún momento de nuestra vida nos llega la hora de preguntarnos a dónde iremos después de aquí. En ese momento te das cuenta de que estás perdido. Que nadie sabe a ciencia cierta dónde iremos.
Hoy caminé casi dos kilómetros en busca de una iglesia. Mis creencias siguen siendo nulas, y la fe la perdí hace muchos años, pero buscaba el silencio de lugares como aquel. Y allí fui y me senté para pensar y seguir buscando respuesta. Ninguno de los argumentos que estos días estuve oyendo me han convencido para no llorar hasta la extenuación a mi abuela.
Quiero creer que nos reunimos con los seres queridos que perdimos, que nos encontramos con ellos. Porque es así como pensó mi abuela  que ocurriría hace una semana cuando nos dijo que estaba preparada para marcharse. La persona más importante de nuestra familia nos dejó y estaba convencida de que había llegado su momento. Y quizá era cierto, se fue con la misma dignidad que vivió, en silencio y sin agarrarse a nada que ya no le pertenecía. Mi abuela fue como una ostra. Su familia que eramos nosotros fuimos la perla que durante toda una vida creó y dio forma. Siempre pensó que le habían regalado años y que la vida más tarde o más temprano pasa factura. Nos mantuvo unidos con su presencia y carácter, nos consoló con su compañía y discrección y casi completó el trabajo, y digo casi porque nos falta ella.
Se fue como rogamos que fuese, sin dolor y sin sufrimiento. Toda una vida de lucha quedaron compesados para tener el final que quería. Tras una placentera siesta fue el momento de decirnos adios.
Ahora en el silencio de la iglesia me pregunto si nos podrá ver. Si habrá encontrado lo que buscaba y si en el camino la guiaron. Momentos como este es cuando quieres buscar la fe perdida y agarrarte a creer en algo. Porque cuando nos llega el momento todos tenemos algo en que creer.
Hace muchos años recuerdo que mi abuela me contó una historia que tan solo creo porque fue ella quien la relató. Vivía su madre con noventa y siete años y esa tarde la ayudó acostarse la siesta. Mientras la arropaba ella la dijo que porque tenía visita, que porque había venido su hermana Romana a verlas. Mi abuela se quedó mirando de un lado a otro de la habitación intentando comprender o tal vez ver lo que mi bisabuela veía. Pero allí fisicamente no había más que ellas dos. Después de aquello no despertó de la siesta, la Romana había venido a buscarla. Nada de lo contado es extraño sino fuera porque la Romana llevaba muerta muchos años.
Tal vez hace una semana también bajase la Romana en busca de su sobrina. 
En el silencio de la iglesia la lloro sin consuelo por egoismo, porque nunca volveré a tener todos los buenos momentos que me dió, porque se lleva mis secretos, porque fue mi amiga y mi madre más que mi abuela. Porque nos ha dejado huerfanos a todos.
Murió rodeada de los suyos, con todo el amor y el último adios se lo dimos como ella quería, maquilladas y arregladas todas las mujeres de la familia.
Ella era así, ella era como la ostra.









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