sábado, 7 de enero de 2012

SIEMPRE HORMIGAS, NUNCA CIGARRAS.


Ahora va a ser verdad que las vacaciones sirven para relajarse y pensar. Y con las mismas me he dado cuenta que he olvidado homenajear a esas mujeres que no llevan la misma vida que las de ciudad,  pero que no por ello dejan de ser mujeres igualmente con sus anécdotas.
He pasado los días en la Galicia profunda. En esas aldeas dónde ver a una mujer tirando de dos vacas y esperando a que coma el rebaño de ovejas nos choca. Allí había lo que buscaba, la ansiada tranquilidad. El poder disfrutar de ese aire puro y ese paisaje idílico que te hace regresar a la rutina con el cuerpo descansado y con otra visión de la vida.
Allí no había tiendas, ni maquillajes, ni preocupaciones de que me pongo para un evento u otro. No hay problemas de si no combina una cosa con otra, pero si había mujeres con su preocupaciones y con sus sueños.
De esas mujeres me había olvidado, y ahora es un buen momento para hacerles este regalo.
Siempre que llego los primeros días tardo un poco en acostumbrarme. Me cuesta tener que salir al porche para poder atender una llamada de teléfono porque dentro de casa no tengo cobertura. Y si llueve pues con paraguas en mano. Para vestir elegante sin pasarlo mal conlleva hacer malabarismo con las ropas y los complementos, porque ningún camino te permite ponerte esos preciosos tacones de diez centímetros. Es normal ponerte un vestido de lentejuelas con unas botas camperas con piel de borrego por dentro.
¿Sexy o fuera de lugar? El secreto está es como tu lo lleves. Como todas las cosas allí.
Cuando decides pasar unas vacaciones en una aldea dónde la tecnología de internet no existe y si preguntas por ella piensan que es una tapa de aperitivo has de prepararte para cualquier cosa.
Allí el reloj se para, se detiene para ayudarte a desintoxicarte de tu día a día.
Las mujeres de aquella aldea son mujeres trabajadoras como nuestras amigas de la ciudad, con un esfuerzo no reconocido y muy poco valoradas.
Son mujeres que doblan la espalda para recoger los tomates, las lechugas, las cebollas, todas esas verduritas que tanto nos gustan y a las que nos apuntamos para mantener nuestros kilos a raya, y que ellas recogen porque son su medio de sustento.
Que se adentran en un gallinero para recolectar esos huevos ecológicos por los que nosotras las mujeres de ciudad pagamos un buen dinero y ellas no llegan a ganarlo.
Allí se conforman con bien poco. Nunca un baño me sorprendió tanto cuando entré y miré que no había ni cremas antiarrugas, ni maquillajes, ni productos de belleza de ningún tipo. Agua, jabón y la tan buscada naturalidad. Que cuando te miras en el espejo lo que ves es el interior. Un buen momento para hacerte reproches tu misma, para rectificar, para disculpas. También para halagos, para premios a tus triunfos y logros. No hay mascaras, eres tu y el interior.
Y así sin más apoyada sobre la camelia que se haya en la parte trasera de la casa me fui empapando de confidencias de mujeres.
Me enteré que la mujer de la casa de enfrente le fue infiel al marido. Que la de al lado tuvo un hijo de soltera y nadie sabe quien es el padre, aunque todo el mundo sospecha.
Sin muchas conversaciones supe que había mujeres que estaban separadas físicamente del marido pero no con papeles.
Convivían bajo el mismo techo pero dormían en camas separadas. Con el sol del medio día que hace brillar las hojas de la camelia me enteré de bodas, bautizos y comuniones. De amores imposibles, y platónicos. De celos y nostalgias. De quien murió y doblan las campanas.
Porque aunque ellas no pertenezcan a mi circulo son mujeres.
Mujeres de campo, sin maquillajes, ni perfumes caros. Mujeres que hace algún tiempo se olvidaron de la coquetería, porque a la aldea no llegan esas cosas. Lo ecológico, lo natural y la tranquilidad se llevan mal con lo sexy y lo excesivamente femenino. Pero no tenemos que olvidar que mujeres son siempre mujeres. Con sus inquietudes y sus preocupaciones. Ya sea en la gran ciudad o en la pequeña aldea. Ya sean vestidas de Chanel o para el campo. Ya sean hormigas o porque no cigarras.
Este relato es un homenaje a todas las mujeres que trabajan en el campo y viven aisladas del estrés y del torbellino del progreso. A esas mujeres que a mi al principio de mis vacaciones tanto me sorprendieron con su tranquilidad y rutina.
A esas mujeres que les chocó tanto que escribiera con mi portátil apoyada sobre una preciosa planta de camelias bajo el sol del mediodía. Que viera sus trabajos y movimientos como el de las hormiguitas en verano. Todas en fila, siempre en el mismo lugar y hora.
 
P.D. Gracias por hacerme pasar unas vacaciones diferentes. Con cura incluida para el estrés y el agotamiento. 

1 comentario:

  1. Hola Kristi, me encanta esta entrada sobre lo rural. Yo siempre que puedo me escapo al pueblo, al olor de la leña. Gracias por pasarte por el blog y por tus palabras sobre la acción ganchillera. Y sobre lo de la manta.... pues tendría que preguntar, que estas cosas llevan mucho curro :)

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